lunes, 12 de junio de 2017

UNA RUTA QUIJOTESCA

  Al fin a la frontera llegué, donde tenía esperanzas de encontrar a mi amado. Podría ser el fin de mi trayecto aquel lugar, o a lo mejor, algún infierno peor.

Parte I. En la frontera
Llegué a la frontera y me vine abajo en cuanto la pisé, ya que lo que allí había, nada bueno podía ser. Las autoridades eran muy hostiles y no se podía hablar nada con ellas porque a la mínima, te aporreaban o lanzabas bombas lacrimógenas, y hacía de aquel lugar un infierno. No dejaban pasar la frontera, así que tuvimos que esperar a la ayuda de una ONG que vino a ayudarnos y entre el lamentable estado en que estábamos, y su ayuda, nos dejaron ir cruzándola por grupos de unas 40 personas de media en media hora. Una vez pasada, con los ahorros conseguidos del campo de refugiados, tuve que comprar un billete de tren que nos acercaría hasta la siguiente frontera a unos 12km de allí.

Parte II. En el tren
Este tren no era como uno ni de tercera clase,  pero en algo nos tendríamos que mover a pesar de lo difícil que fuera el duro viaje. Las mujeres con bebés eran las únicas que podían ir sentadas en los pocos asientos que allí había, ya que eran las más necesitadas y las que llevaban un verdadero peso encima. Los demás íbamos apelotonados como podíamos en los pasillos de aquella máquina antigua. Aquello no era lo deseado de ninguna de las maneras, lo sé, pero en algo tendría que llegar hasta la frontera ya que había la opción de pagar un taxi mucho más caro que me llevaría al mismo sitio más adecuadamente pero con un precio que no me merecía la pena pagar y tenía que conservar.

Parte III. La última frontera
Llegué a la peor frontera posible en el mundo me parece a mi, ya que el exceso de xenofobia allí encontrado nos tenía a todos muertos de miedo. Teníamos mucha prisa por salir de aquel lugar debido a que levantarían un muro de alambre y todo aquel que estuviera dentro, se quedaría para siempre. 

Parte IV. ¿Las autoridades escuchan?
En la huída de aquel lugar, las acciones de xenofobia estaban presentes en cualquier lado. Al salir, decidí formar una marcha de gente joven como yo a la que le faltaba parte de sus familias como a mi, para ir por carreteras y autopistas hasta llegar a un lugar seguro por fin. Estuvimos andando durante varias semanas, hasta que al fin, encontramos una ONG que nos ayudó a todos a salvarnos y a curarnos de todas nuestras heridas sufridas a lo largo de nuestro paso por las diferentes fronteras. Al fin teníamos comida, ropa y servicio para nuestras necesidades y poder ducharnos.

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