jueves, 4 de mayo de 2017

LOCUS AMOENUS

Al fin llegamos al control policial mi padre y yo con la pena tan grande de haber perdido a mis hermanos en el trayecto. Allí se encontraban cientos de personas más a parte de nosotros, y tuvimos que estar un largo rato esperando la fila para al fin ser registrados. Era todo muy agobiante, ya que con la cantidad de gente que allí se encontraba y con las instrucciones que los guardias nos daban en su idioma, pensé que mi cabeza iba a explotar. Pero de repente no creí lo que mis ojos estaban presenciando...¡Mi amado estaba allí!. En ese momento rompí a llorar como las cataratas del Niágara, y la emoción que me conmovía fue terriblemente fuerte, y le grité desde la lejanía en la que que me encontraba...estaba tan bello que ni los ángeles podrían acercarse a su espléndida belleza.

Él me escucho en la distancia, y cuando se volvió hacia mi, inicio una carrera trepidante hasta que nos fundimos en un abrazo tan ardiente como la lava de un volcán. Me sentía libre como las flores del campo en la primavera. Cuando el abrazo terminó, volvió la pesadilla, y es cuando me dijo que a su familia les habían concedido asilo político en otro país, pero que desde allí harían lo posible por conseguirlo para nosotros también. Y fue entonces cuando acepté que ese era mi Carpe Diem, ya que no sabía cuánto duraría ese momento glorioso a su lado.

La separación fue muy dura, porque no sabía con certeza cuánto tiempo pasaría hasta nuestro reencuentro. Mi padre y yo, continuamos nuestro camino  hasta el campo de refugiados donde tendríamos que aprender a vivir como los demás, es decir, con nada. Una situación para la que ni los dioses estaban preparados. 

La desilusión se apoderó de mi y comenzaron a brotar lágrimas de dolor y desesperanza.

Vivo sin vivir en mi,
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.....

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